martes, 24 de marzo de 2015

¿Te tienta la idea del botox? Atrévete sin que nadie lo note





Esta es la historia de Ana.

Ana no es una de esas famosas que vemos en las pantallas, luciendo sus vestidos de fiesta de Chanel en las alfombras rojas.

No.

Ana es una mujer como tú y como yo.

Una mujer que se levanta cada día con mil cosas en la cabeza: facturas por pagar, jefes con los que lidiar, y niños que alimentar.

Ana cumplió 42 años el mes pasado.

Un día, al poco de haber celebrado su cumpleaños, sentada frente al ordenador, notó algo distinto en su rostro, en el reflejo de la pantalla.

Se levantó y fue al baño para comprobar en el espejo lo que acababa de ver.

Ahí estaba: amenazador, malintencionado, profundo.

Un surco se había formado entre sus cejas.

¡Qué horror!

Volvió a comprobar.

No tenía pérdida.

Pasaron los días, y esa zanja maldita no mejoraba ni con cremas antiarrugas ni con tratamientos cosméticos.

Era como si un pequeño genio maligno pasase la noche ahondándola aún más. 

El maquillaje no servía de nada, solo hacía que acentuar el maldito surco. 

Se cortó el flequillo. Nada.

Ana se obsesionó con erradicar y ocultar al villano.

Sus amigos y familiares le preguntaban si se encontraba bien, que parecía estar cansada.

Y lo estaba. Estaba cansada de esa miserable “mega-arruga” que dominaba su rostro, y le hacía  parecer como si estuviese frunciendo el ceño permanentemente.

Lo peor de todo es que ella sabía que podía hacer algo al respecto, algo a lo que siempre se había resistido:


Los tratamientos antiarrugas con botox


Porque parece que en cuanto nos ponemos a hablar de este tema, no hay término medio.

O eres del bando de las que están de acuerdo en sacar provecho a los tratamientos cosméticos que están a nuestro alcance, o eres de las que consideran que es un crimen envejecer con ayuda.

O amas al botox o lo odias.

Pero lo cierto es que, nos guste admitirlo o no, tantas otras mujeres como Ana, se miran en el espejo,  y se preguntan, ¿por qué no?

Finalmente, Ana habló con una amiga que utilizaba botox desde hacía años, y se mantenía estupenda.

Ni te lo pienses”, le dijo. “No tienes por qué decírselo a nadie. Ni siquiera a tu marido, si no quieres. Pero puedes estar segura de que vas a verte y sentirte mucho más joven y más feliz.”

Pero Ana se sentía avergonzada de sentirse tentada.

Tendría que aprender a llevar mejor el paso del tiempo, ¿no?

“Pensar en el Botox es de ser narcisista”, se repetía a sí misma. “¿No tengo nada más importante de qué preocuparme a mis 42 años?”

“Sin embargo, lo cierto es que cada vez más y más personas reales, como yo, se atreven con el botox para atenuar las arrugas.”

“Además, ¿qué diferencia hay entre el botox y teñirse las canas?”

Y una buena mañana, una mañana como cualquier otra, Ana cedió.

Sin pensárselo más, pidió una cita en FC Facial CLINIQUE.  

Le dijo una mentira piadosa a su marido, abrió la puerta y se fue “al dentista”.

Lo que tú buscas, Ana, es una atenuación discreta y sutil”, le comentó el Dr. “Tú no necesitas una transformación milagrosa que te haga parecer diez años más joven”.

Ana exhaló.

¡Qué alivio!

Eso era justo lo que necesitaba: una cantidad mínima de Toxina Botulínica tipo A, para debilitar los músculos responsables de las líneas de expresión faciales.

Ella temía que el tratamiento fuera molesto, pero ni siquiera percibió la microinyección en la frente.

No quedaron marcas, ni inflamación, ni moratones.

Ana volvió a casa como si nada hubiera sucedido. 

Su marido la saludó y le dio un beso.

Todo normal.

Ahora era cuestión de esperar a que el tratamiento hiciese efecto, en unos días.

Era demasiado tarde para los remordimientos.

Tras un par de días, Ana comenzó a sentir algo distinto alrededor de las cejas. Le costaba fruncir el ceño, incluso cuando se lo proponía.

Pero, por fin, el dichoso surco en la frente que tanto le había fastidiado, empezó a desaparecer. 

Y en unos días más, se había desvanecido por completo.

Fue una sensación edificante.

Podía volver a mirarse en el espejo.

Pero, ¿se habría dado cuenta alguien más?

Habían pasado diez días desde el tratamiento, durante el cual, Ana se mantuvo deliberadamente alejada de sus amigas.

Hoy, había quedado con ellas para comer.

¿Cuál sería su reacción?

“¡Pero qué bien que estás, Ana! ¿Has perdido peso?”  

Parece que notaron algún cambio, pero no sabían exactamente de qué se trataba.

Finalmente, después de un par de copas de vino, Ana confesó.

Una de sus amigas se horrorizó.

Dos de ellas, se quedaron intrigadísimas.

Las otras dos exigieron el número de teléfono de FC Facial CLINIQUE de inmediato.

Ana siguió con el día a día.

Muchos eran los que le decían que la veían muy bien, pero nadie se le acercó y le preguntó directamente si se había puesto botox.

Nadie.

Solo cuando Ana optaba por confesar, los otros comentaban que sí, que al saberlo era clara la diferencia.

“Creía que había gato encerrado”, admitió su amiga Gloria, “pero no sabía exactamente qué era”.

¿Y su marido?

Él seguía sin saber nada.

Era un encanto y siempre insistía en que Ana era perfecta, que la quería como era, que no le hacía falta ningún tratamiento.

Finalmente, después de dos semanas, Ana le preguntó si había notado algo diferente en ella últimamente.

Él dibujó aquella expresión de haber sido “pillado” que tienen los hombres cuando no han notado que su pareja llega a casa con un nuevo peinado o ha cambiado el color de su pelo.

“En realidad, sí que he notado que pareces más feliz”, comentó.

¡Claro!, pensó Ana, ¡cómo que ya no tengo la “mega-arruga”!

Y, por fin, la confesión.

"¿Botox? Hmmm… pues desde luego sí que te veo más joven, más despreocupada."

Así, sin más.

Sin comentarios negativos, ni reproches. 

"Si te hace feliz…"

De eso se trata, pensó Ana, de ser feliz. 

Y los demás, que digan lo que quieran.

 ¿Y a ti?

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